Ilustración de Andrés Casciani.
Ilustración de Andrés Casciani.

El gol con la mano del Chueco Martino

El tipo había llegado a verme desde Buenos Aires. Era productor de uno de esos programas de cable que muestran cosas raras del interior para que los porteños sepan que hay vida más allá de la General Paz. Estaba interesado en conocerme para que contara la historia de mi fábrica de aviones de telgopor. Sí, yo soy el dueño (y fundador) de Aviontel, y me dedico a fabricar esos avioncitos que seguramente has arrojado al aire si has sido niño desde 1990 en adelante o que le has regalado a algún niño o a alguna niña.

Con Aviontel me defiendo. No me he hecho millonario, pero pude comprarme una casa, tener mi auto y bancar a mi familia. Y eso es lo que el tipo este venía a buscar: la historia de una pyme que sobrevivió al menemismo y a todo lo que vino después.

Pero cuando me contó todo eso del programa y lo importante que era para que todo el país conociera lo que hago, me di cuenta de que le tenía que presentar al Chueco. Antes que difundir por televisión la anécdota de una empresa más de las tantas que hay, era mejor que divulgara la historia del gol con la mano que el Chueco hizo hace ya tantos años y que... Bueno, la cosa es que decidí presentarle al Chueco, pero no le dije nada al porteño, sólo me lo llevé al parripollo del Turco, que tiene cinco mesas en la vereda donde uno puede comer o tomar algo y donde todos los días el Chueco está, con presentismo del cien por ciento. Todos los días.

Cuando llegamos a lo del Turco, el Chueco ya estaba ahí, en la mesa de siempre, sentado junto a tres rubios con clara actitud (y ropa y cámara y sonrisa) de turistas europeos y a uno de los coordinadores de grupos de extranjeros que se encargan de estos recorridos suburbanos para que los que vienen de tan lejos conozcan el barro.

Rogué no haber llegado tarde y le indiqué al porteño que nos sentáramos en la mesa inmediata a la del Chueco. Por suerte, estaban recién en la etapa de presentaciones con los turistas, así que me acomodé, le pedí al Turco una cerveza con maníes y papas fritas, y cuando teníamos nuestros vasos llenos, el porteño intentó retomar lo que habíamos dejado inconcluso.

"Como le decía", empezó a decirme, pero le hice una seña para que se callara y le pedí, también con señas, que parara la oreja para escuchar lo que el Chueco ya estaba contando. El porteño me miró con cara de no entender, pero se quedó en silencio y me hizo caso.

En la mesa de al lado, el Chueco había comenzado a contar lo del gol con la mano. El relato me lo sé de memoria. Tantas veces lo he escuchado, que hasta los silencios le conozco al Chueco. Y es que siempre empieza con lo mismo, con lo del torneo interbarrial que a alguien se le ocurrió organizar en Dorrego en coincidencia con el Mundial de México, con lo de que él jugaba de 10 con su barrio, el de Oficiales, con lo de que sólo dieciséis barrios presentaron equipos, así que hubo una fase inicial con cuatro grupos, de los que clasificaban los dos primeros de cada uno y después se pasaba directamente a cuartos de final, con lo de que clasificaron primeros y jugaron contra el Bancario y así llegaron a la semi, en la que tenían que enfrentarse con el temido Ejército de los Andes...

Después de vaciar mi primer vaso de cerveza, le indiqué al porteño que ahora venía lo bueno, que escuchara bien lo que seguía, y metí la mano en el platito con maníes para llenarme la boca, como me gusta.

"... así que el partido estaba muy cerrado, íbamos y veníamos, y los del Ejército de los Andes parecía que no se cansaban nunca, tenían un estado físico bárbaro, y al lado de nosotros, que ni entrenábamos y que encima teníamos como técnico al viejo García, que lo hacía de puro gusto, porque no tenía ni idea de táctica y estrategia", estaba diciendo el Chueco, y los europeos lo miraban atentos, sin perderse una palabra. "La cosa es que, viendo cómo estaba el partido, yo pensé en mi mente...", sí, el Chueco dice cosas como "pensé en mi mente", pero nadie nunca se lo criticó, "pensé en mi mente 'a estos hay que ganarles con viveza más que con yogobonito', y no termino de pensar eso y recibo la pelota casi en la mitad de la cancha. Levanto la cabeza y veo que estoy rodeado de camisetas blancas y ni una verde, que eran las que usábamos nosotros, así que encaro para el área. Dejo a tres, cuatro, cinco en el camino con gambetitas cortas, y cuando estoy ahí, a metros del área, lo veo al Tito a mi derecha, un poquito más allá del semicírculo del área, entonces se la paso. Pero al Tito le iba un poco alta, así que no la puede bajar y le rebota, y no va que el defensor del Ejército de los Andes que estaba con él la toca y la pelota empieza a elevarse hacia atrás. Yo nunca dejé de correr, porque esperaba que me la devolviera el Tito, pero en vez de un pase lo que venía era un globo que el Gringo, el arquero de ellos, que medía como dos metros, alcanzaba sin siquiera saltar. Veo eso y digo 'acá no llego ni largándome de un trampolín', pero seguí corriendo, y cuando estaba justo al lado del Gringo, salto con él, y le meto el puño así", y al decir "así", el Chueco cierra la mano izquierda, la lleva al lado de la cabeza y tira un golpecito corto al aire. "Y la pelota pasa por arriba del Gringo y se va mansita al arco. Yo salgo corriendo festejando el gol, y como todos habían visto que yo había metido la mano menos el árbitro, que era un viejo medio chicato, ninguno de mis compañeros corrió al principio, y yo les tuve que hacer señas para que vinieran a festejar. Qué les digo... Mientras nosotros nos abrazábamos y gritábamos como locos, los del Ejército de los Andes se le fueron al referí y se lo querían comer, pero el viejo ya había cobrado, así que se la tuvieron que aguantar".

- ¡Pero ese es primer gol de Maradona a los ingleses en el 86! -me dice el porteño productor mientras los turistas aplauden y celebran el relato del Chueco.

- No. Ese es el primer gol que el Chueco les hizo a los del barrio Ejército de los Andes el 20 de junio de 1986 -le respondí mientras el guía de turismo le decía al Chueco "ahora cuénteles el segundo gol que hizo esa tarde".

- ¿Segundo gol? -preguntó el porteño, que también había escuchado lo que dijo el guía- No me va a decir que este señor en ese partido hizo un gol dejando a siete rivales en el camino...

- Efectivamente -le respondí mientras el Chueco comenzaba el relato de cómo hizo el segundo gol esa tarde en la que el barrio de Oficiales le ganó al Ejército de los Andes dos a cero-. Usted ya escuchó al Chueco contando el primer gol, y lo primero que me dijo fue eso de que era igual al gol que Maradona les hizo a los ingleses, así que yo le puedo contar el segundo gol del Chueco en ese partido. Recibió un pase en el medio de la cancha, hizo una suerte de giro y encaró para el arco contrario. Uno, dos, tres, cuatro tipos dejó en el camino, y ya se sabía que si no lo bajaban de una patada eso iba a terminar mal, pero nadie pudo detenerlo. Entró al área con la pelota dominada, amagó, hizo arrastrar al arquero y le pegó de derecha. A llorar al Calvario, porque el Chueco hizo uno de los goles más bonitos que vi en mi vida, y a los dos días Maradona hizo casi lo mismo en México...

Terminé mi relato casi a la par que el Chueco, así que apenas dije mis últimas palabras, los turistas volvieron a aplaudir, y después se turnaron para ponerse al lado del gran héroe y sacarse fotos.

El productor porteño alternaba su mirada entre el Chueco y yo. Los ojitos le iban de un lado a otro. Se había quedado sin palabras, seguramente tratando de imaginar a ese desgarbado tipo de la otra mesa haciendo gambetas o definiendo con la mano ante el salto del arquero contrario, así que traté de traerlo de nuevo a la realidad hablándole.

- Los organizadores aprovecharon que el 20 de junio era feriado y programaron que las semifinales se jugaran ese día, porque el 22, que era sábado, jugaba la selección argentina contra Inglaterra, y lo mejor era que ese día no hubiera partidos en ese torneo paralelo, porque todo el mundo iba a estar viendo el del Mundial. Así que el de Oficiales y el Ejército de los Andes jugaron el 20 de junio, el Día de la Bandera, y esa tarde el Chueco hizo dos goles, uno con la mano y otro importado de otro planeta. Dos días después, Maradona iba a hacer algo similar, pero quiere que le diga lo que creo, que lo de Maradona, al lado de lo del Chueco, fue una pavada, si me permite que use este término. Porque lo del Chueco fue en la cancha de tierra que teníamos ahí, donde están esas casas, que antes era todo descampado, y no se imagina lo que era tratar de dominar la pelota en esa polvareda o pretender llevarla atada al pie entre los pozos... Pero lo peor es que eso fue en el 86, cuando el que tenía una cámara era porque era millonario, y le estoy hablando de cámara de fotos, ni qué decir de una para filmar. Así que no quedó más registro que la memoria de la gente para esa tarde gloriosa del Chueco...

- No estaría mal que hablara con este señor- dijo el productor-, el Chueco...

- Daniel Armando Martino.

- ¡Daniel Armando Martino! Las mismas iniciales que...

- ¡Exacto!

- Y, dígame... -dudó un poco antes de preguntar- ¿Habrá posibilidad de que hable con él para que me cuente la historia para las cámaras?

- Para eso lo traje, para que lo escuchara usted mismo, para que no se lo contaran... No creo que se oponga a relatarlo para su programa, de hecho, creo que es la única posibilidad que hay de que se sepa lo que el Chueco hizo esa tarde del 20 de junio de 1986... Olvídese de Aviontel, mi historia es una más, y dele al Chueco Martino el lugar que se merece en la historia.

- Pero... -dijo el tipo mirándome a mí pero relojeando al Chueco, que de nuevo estaba solo en la mesa, luego de que los turistas se fueran contentos de haberlo conocido, seguramente incrédulos de lo que habían escuchado, apenas una anécdota llena de fantasía de un borrachín en un bar lleno de grasa del tercer mundo- Se imagina que contar algo así en la televisión nacional... No sé, necesitaría más pruebas de lo que cuenta este señor...

- Me tiene a mí -le dije antes de tomar el último sorbo de cerveza, y luego le revelé-. Yo soy el Gringo, el tipo que jugaba como arquero para el barrio Ejército de los Andes, el grandulón que creía que ese petiso nunca le ganaría en un salto en el medio del área, el testigo privilegiado que vio ahí, a centímetros de su cara, el puño cerrado del maldito enano que le pegó a la pelota antes de que yo pudiera agarrarla, y el que se comió el gol más lindo que nadie haya podido hacer, justo dos días antes de que Maradona hiciera el gol más lindo de la historia de los mundiales... Venga conmigo -lo conminé al porteño, que no reaccionó tan rápido, pero al fin se paró y caminó a mi lado hasta la mesa en la que estaba el Chueco.

"Chueco", le dije, a manera de saludo, cuando él levantó la cabeza. "Gringo... ¿Qué andás haciendo por acá?", me preguntó, con una sonrisa ladeada, la misma con la que me mira desde el 20 de junio de 1986 después del partido. "Te quiero presentar al señor, viene desde Buenos Aires, es productor de un programa de televisión", dije, y ya los dos se estaban estrechando las manos.

"Montes de Oca, un gusto", dijo el porteño presentándose. "Martino, tome asiento nomás", respondió el Chueco. El porteño puso su mejor sonrisa, el Chueco le pidió al Turco otra cerveza, y yo me fui despacio, sin saludar, sin hacer ruido, pensando en esa maldita sonrisa con la que el diez del barrio de Oficiales me mira desde hace casi treinta años.


Publicado en Muchamerd Noticias Culturales en 2014.