Expediente Neruda: Apuntes del primer día en la búsqueda de la verdad

El arribo a Santiago de Chile para seguir los pasos del posible asesinato del Nobel depara una bienvenida en una mesa de cuatro militantes comunistas amantes de la poesía y de la figura del Poeta.


"Yo pisaré las calles nuevamente de lo que fue Santiago ensangrentada", canta desde hace tiempo (desde el principio de los tiempos para quienes empezamos a entender el mundo más tarde) Pablo Milanés, y también canta "y en una hermosa plaza liberada me detendré a llorar por los ausentes".

Varias veces he visitado Chile, y siempre son sensaciones extrañas, confusas y opuestas las que se conjugan, es como pisar Plaza de Mayo u otros tantos lugares donde la sangre se eriza. Por eso, desde el aeropuerto al hotel, cuando el taxi pasa por detrás de La Moneda, algo se me cruza en la garganta, y mucho tiene que ver con esto el motivo por el que arribé a Santiago: conocer de primera mano lo que hay detrás de la denuncia que dice que Pablo Neruda no murió a consecuencia del cáncer de próstata, sino que fue asesinado.

Llevo una agenda con entrevistas pautadas y otras que dependerán de los tiempos y las voluntades de los protagonistas. Llevo el corazón un poco atormentado, porque cuando empecé a leer a Neruda, no recuerdo cuántos años tendría, tal vez 13, a lo mejor 14, y supe que había muerto el 23 de septiembre de 1973, apenas doce días después del golpe de Estado que derrocó a Allende, de inmediato lo atribuí a eso, pero después supe que había sido por un cáncer, y en esa versión permanecí hasta hoy.

Ahora la cosa parece tomar un nuevo rumbo, el del asesinato, el de la eliminación de alguien que podía representar un peligro para el gobierno de facto, el de un hecho más (de tantos) que se eleva como delito de lesa humanidad. Ahora la cosa es distinta.

Santiago de Chile es una ciudad muy bella. Se mezclan edificios antiguos y modernos, con calles que se interrumpen sin aviso, con cerros que alivian la vista. Y con gente. Gente amable, gente que no parece tener mucha prisa, gente abierta a escuchar y ser escuchada.

Después de acomodarme en el hotel, darme la necesaria y reparadora ducha, llamar a Mendoza para avisar que todo está bien y otras varias cosas, la noche empieza a caer y el hambre a manifestarse, así que busco el lugar más próximo para sentarme a cenar, acompañado de mi cuaderno, mi Bic azul y las hojas A4 en las que he impreso artículos de prensa sobre el caso Neruda.

Ceno leyendo y tomando notas, preparando lo que será al día siguiente el comienzo de las entrevistas, y entre las hojas impresas sobre el caso encuentro un nombre en el que no había reparado antes. El de Francisco Marín, corresponsal mexicano en Chile, quien estuvo cerca de Manuel Araya, el chofer de Pablo Neruda que hizo la denuncia del posible asesinato del poeta. Entonces llamo a la moza para preguntarle si lo conoce, si lo ha oído nombrar.

No lo conozco, dice la muchacha, pero acá en la otra mesa hay un periodista, agrega, ahora le pregunto, cierra, y se retira ante mi cara de desconcierto. No puede ser que justo esa noche ahí esté comiendo un periodista, pienso, y ella regresa para decirme que el periodista le ha pedido que me transmita que me acerque a su mesa.

Las coincidencias son así, pero si vienen acompañadas de la suerte, mejor. Porque en la mesa a la que me aproximo hay cuatro personas, tres hombres y una mujer, y los cuatro, me voy a enterar al instante, son miembros del Partido Comunista de Chile, el mismo al que perteneció toda su vida Neruda. 

El periodista es Claudio de Negri (nombre que veré al día siguiente en el expediente del caso) y está acompañado por Eduardo Valencia, abogado; Nereida Acuña, fonoaudióloga, y Lautaro Pizarro, del Instituto de Ciencias Alejandro Lipschutz.

Es difícil encontrar a Francisco Marín, el motivo por el que me acerqué a esa mesa, pero eso ya no es tan importante, porque los cuatro, al enterarse del porqué de mi visita a Santiago, me cuentan cosas que tienen que ver con Neruda. "Pablo recoge el sentimiento profundo del pueblo chileno", asegura Claudio, que se entusiasma cuando habla, gesticula, mueve los brazos, dibuja con las manos en el aire lo que va diciendo con la voz. "Sería una deslealtad olvidar al Pablo comunista", agrega, y remata con una afirmación que le sale (se nota) del corazón: "Pablo era tan comunista que trascendió al comunismo y nos enseñó que los comunistas debemos ser pura vida".

Nereida recita de memoria un fragmento del poema A mi partido. "Me has hecho indestructible porque contigo no termino en mí mismo", dice, y el verso sirve de conclusión a todo lo que decía Claudio.

Eduardo, que hasta el momento ha dicho poco, es incentivado para que cuente lo que tiene que contar. Y lo cuenta. Él recibió una condecoración cuando se cumplió el 80º aniversario del nacimiento de Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, mejor conocido como Pablo Neruda. Y luego cuenta que nunca sintió esa condecoración como suya, entonces la entregó en custodia al pueblo, y así es como esta deambula, cambiando periódicamente de lugar.

Llevan a Neruda en la sangre, lo sienten, lo viven, y una sonrisa de felicidad se les dibuja a todos cuando recuerdan que en La Pincoya hay una calle que se llama Pablo Neruda y otras con nombres relacionados (Odas, Isla Negra, Michoacán).

Lautaro es (¡y lo revela recién!) sobrino de Gonzalo Rojas, por lo que tiene versiones de Neruda desde otra óptica. Pablo era un niño, dice que le contaron, pero también solía ser un cabrón, agrega, y se ríe antes de rememorar una anécdota en la que Neruda les pide a unos chiquillos que traigan hasta su casa de Isla Negra a un amigo que estaba en silla de ruedas.

Se empieza a hacer tarde, entonces volvemos sobre su posible asesinato, y es Claudio quien toma la palabra. "No podemos manifestarnos indiferentes", sostiene. "No tenemos elementos para dar fe de que lo asesinaron, pero tampoco para contradecirlo", concluye.

Nos despedimos, intercambiamos e-mails y teléfonos, y cada uno por su camino.

Ha sido una buena (y muy cortazariana en esto del azar) primera noche en esto de recorrer la senda del posible asesinato de Pablo Neruda. Es un buen indicio de que lo que viene será productivo, y de que por fin uno puede, después de las revelaciones sobre la muerte de Allende y ahora el progreso del caso Neruda, pisar las calles de Santiago con el corazón más tranquilo.


Publicado originalmente en MDZ Online en diciembre de 2011