Capítulo 1 - La asunción
«Cómo te vas a morir ahora», repitió, le repitió, por enésima vez Pablo al Pollo.
En todos los portales de noticias, después de los informes sobre la asunción del presidente, su discurso en el Congreso y demás, estaba la foto del auto del Pollo destruido en una de las banquinas del Acceso Sur, y todos reportaban lo mismo: los testigos asegurando que, por esquivar un perro, el hombre, Damián Tolosa, había perdido el control, por lo que el auto dio entre cuatro y cinco tumbos antes de impactar contra un árbol.
«Cómo te vas a morir», escribió Pablo en el chat de Whatsapp con el Pollo, pero lo borró, no se animó a enviar ese mensaje que vaya a saber quién leería.
El autoritarismo del nuevo presidente comenzó a
notarse desde dos días antes de su asunción. Con total desparpajo, aunque en
línea con el complejo de inferioridad que siempre lo acosó, había hecho llegar
a los medios una nota conminatoria en la que exigía que los titulares de
televisión, radio, diarios y portales no incluyeran su nombre y apellido, sino
sólo el apellido.
Intentaba evitar frases como las que siempre sus compañeros de escuela y conocidos (nunca tuvo amigos) lo recibían a diario: «Llegó Justo Unmalpa», «Ahí viene Justo Unmalpa», «Miren, Justo Unmalpa».
Con tales experiencias, ya se imaginaba las portadas con frases como «Asumió Justo Unmalpa», «El nuevo presidente es Justo Unmalpa», «Justo Unmalpa ocupa el sillón de Rivadavia» y más.
Por supuesto, muy pocos medios, los obsecuentes de siempre, le hicieron caso, así que la malhadada combinación «Justo Unmalpa» pululaba en las noticias del día.
«Cómo te vas a morir justo hoy», insistió Pablo
mirando el Facebook del Pollo y dejando que las lágrimas se le escaparan sin
contención.
Ahí estaban las fotos del Pollo siempre sonriente, siempre rodeado de amigos y amigas, y en la mayoría de esas imágenes, Pablo también estaba. Se conocían desde la infancia y nunca se habían separado.
A Pablo se le dibujaron varias sonrisas a pesar de las lágrimas, especialmente con los memes del Pollo. Era un genio el Pollo haciendo memes. «Podrías haber hecho mil memes con las pavadas que dijo Unmalpa hoy», pensó Pablo, y también pensó en la catarata de chistes que el Pollo ya habría hecho con el nombre completo del presidente.
«Indudablemente, ni el padre ni la madre lo querían, si no, no lo hubieran bautizado así», fue una de las primeras cosas que dijo el Pollo cuando Unmalpa apareció en la escena política.
Los gritos de Unmalpa retumbaban en los pasillos de
la Casa Rosada. Llevaba recién un día como presidente y reclamaba que hicieran
lo que él ordenaba, pero no había forma de que entendiera que no podían
adelantar la Navidad para evitar que hubiera dos feriados en semanas
consecutivas. De un portazo se encerró en su despacho y no salió de allí hasta
terminar su primer decreto, es decir, a las seis horas, tiempo que le insumió
redactar los cinco artículos:
Art. 1- Visto y considerando que soy el presidente, dispongo:
Art. 2- Celébrense Nochebuena el 17 de diciembre y Navidad el 18, so pena de multa millonaria.
Art. 3- Dispóngase que los medios de comunicación se refieran al presidente sólo por su apellido, de manera que no haya referencias a él como Justo, sino sólo como Unmalpa, so pena de multa millonaria.
Art. 4- Reemplácese la caduca escultura de la Pirámide de Mayo por la de mi bello perro, porque él es más representativo de la libertad que cualquier mujer vestida de blanco.
Art. 5- Publíquese y ejecútese, so pena de multa millonaria.
Los días de Pablo pasaban a ser grises. Cabizbajo,
dejaba pasar las horas y sólo pensaba en el Pollo y en su estúpida muerte, todo
por salvar la vida de un perro.
Por las noches, se dormía pasadas las cuatro, cuando el cansancio lo vencía, y al despertar se extrañaba de no haber soñado con el Pollo, tanto que lo extrañaba en la vigilia…
Las palabras del
presidente se repetían en todos los medios. Había dicho en una entrevista
radial que desplegaría todas las fuerzas de seguridad para garantizar que la
Navidad se celebrara el 17 de diciembre y que la familia que no lo hiciera
terminaría en la cárcel, además de tener que pagar una multa, con lo que se
financiaría el despliegue de policías, gendarmes y soldados. Todo esto se
escuchaba y leía, pero las dos frases que más se repetían eran «la
Iglesia no puede quejarse, porque esto lo dispongo yo, que soy el enviado del
Benigno» y «tiene que hacerse
lo que digo porque esta es mi ley».
Exceptuando a
quienes mostraban certificados de profesar otra religión, el resto de la gente
tuvo que festejar Navidad una semana antes. Aunque, claro, siempre hay
rebeldes: fueron detenidas 4.207 personas y se labraron 583 infracciones en
todo el país.
Por fin, el
sábado 23 de diciembre, Pablo soñó con el Pollo. Lo veía feliz, sonriente, con
un tarro de pintura en aerosol entre las manos después de haber pintado miles
de veces, en toda ciudad, la misma frase.
Pablo desayunó pensando en el Pollo y en esa frase. Se pasó el día viendo algunas películas, leyendo algo, haciendo cosas que lo ayudaran a no pensar en su amigo, pero todo era inútil: el Pollo y esa frase eran ahora una sola cosa en su cabeza.
En cuanto oscureció, apagó el televisor y, como obnubilado con una misión inconsciente, fue al depósito de su casa, buscó un tarro de pintura roja en aerosol y salió a la calle.
Caminó un largo rato por las calles solitarias hasta que, sin saber cómo, llegó a la esquina de San Martín y Garibaldi. «San Martín y Garibaldi…», pensó, y también pensó: «Estos dos sí que sabían lo que es la libertad». Sin más, destapó el aerosol y pintó en la pared de la AFIP la frase con la que, en sus sueños, el Pollo había llenado la ciudad: «¡Esta, mi ley!».