Capítulo 12 - Libre comercio

En el salón en el que nos encontramos, uno bien amplio, con mesa de roble y sillas victorianas, algunos armarios y algún que otro mueble de relleno, todo bien lustrado, con piso impecable y cortinas que van desde el techo hasta el piso, nos encontramos con ocho personajes a los que ya conocemos.

A la cabecera de la enorme mesa está sentado Justo Unmalpa. A su derecha, Goliat; a la izquierda, la Reina Hormiga, y a los otros cinco, distribuidos tres de un lado y dos del otro, los identificamos algunas vez con letras, A, B, C, D y E, y aunque ya pudimos averiguar sus nombres y apellidos, preferimos seguir denominándolos así, por son como el Diablo, o peor, como el Keyser Söze, ese al que cualquier ser humano le temería más que a la furia de los Cielos.

En fin, que están ahí cordialmente sentados los ocho en una reunión acordada para conversar sobre varios temas de interés para el país, apenas unos días después de que Unmalpa, en un almuerzo con empresarios, los puso de ejemplo de patriotas, generando el enojo de la mayoría de los demás presentes, que conocen bien a estos cinco pero nada dijeron, que bien los conocen y saben que… Bueno, ya hicimos la analogía con la película Los sospechosos de siempre, así que no volveremos a eso.

La Reina Hormiga, de frente a Goliat, entrenó en los últimos días al perro con una nueva orden: cada vez que ella ponga una mano sobre la otra delante de la taza que tiene delante, él debe gruñir, y eso lo repiten, la estimuladora humana y el respondedor canino, cada vez que E dice algo que a ella no le gusta, o mejor dicho, cada vez que E opina algo o deja caer una idea poco conveniente o que se desvía mínimamente de los planes de los otros cuatro, ya sabemos, A, B, C y D, que, sin esforzarse mucho, sólo recurriendo a la credulidad de Unmalpa, lograron llegar a ese salón invitados por el presidente para exponer sus grandes ideas que harán grande a esta Patria.

Después de los saludos de cortesía y de que les sirvieran café y rieran con algún chiste malo de Unmalpa, fueron a los temas de interés, que tenían que ver, principalmente, con las ventajas de que se aceleraran los procesos de transporte de los productos, tanto de los que se mueven internamente como aquellos que vienen del exterior, y para ello sería necesario un sistema más ágil, un sistema que permitiera que, tanto los productos provenientes del Pacífico como los que viajan por el Atlántico, ingresaran con menos burocracia y se produjera un mayor flujo de mercaderías, favoreciendo de esa manera el comercio interior y etcétera, etcétera, etcétera.

Con una sonrisa de satisfacción por escuchar lo que sus oídos querían escuchar, Unmalpa se dirigió a E para decirle que, a pesar del tiempo que hacía que se conocían, nunca le había hablado de estos otros cuatro empresarios (A, B, C y D, ya sabemos), que tan claro tenían el sentido del libre comercio y que con ideas como esas favorecían el triunfo de los más capacitados para llevar adelante proyectos patrios como ese que le exponían. Ante esto, y sabiendo que cualquier paso en falso podría condenarlo no sólo a quedar fuera del negocio, sino fuera de todo, hasta de la vida, E sonrió también y esbozó como respuesta que sólo estaba esperando el momento oportuno, que sabía que tarde o temprano llegaría, para presentarle a tan exitosos empresarios, a la vez que insultaba mentalmente al presidente, a la Reina Hormiga y a los otros cuatro, salvándose de los anatemas solamente Goliat, que esta vez no gruñó ante sus palabras.

Unmalpa, después de tomar un trago de café ya medio frío, les dejó en claro que con lo del transporte interno no habría problemas, porque hacía pocas semanas despidió a un traidor para poner en su lugar a un patriota muy comprometido, pero que, respecto de la aduana y el comercio exterior, todavía no podía garantizar fidelidad de parte de quienes estaban a cargo, ante lo que A, como al pasar, dijo que, si el presidente, en su sabiduría, consideraba necesaria una ayuda al respecto, ellos podrían proponer un par de nombres de gente muy responsable.

Un movimiento de la mano derecha de la Reina Hormiga le indicó a Goliat que ladrada dos veces, y ante la pregunta de Unmalpa, ella explicó que el perro acababa de decir que estaba de acuerdo, que le parecía que estos señores eran de fiar, que sin dudar escuchara sus sugerencias.

El presidente acarició la cabeza del perro y les dijo a los cinco que, si Goliat los aceptaba, él no se opondría, porque él, el perro, y ella, la Reina Hormiga, eran los dos funcionarios de mayor credibilidad a su lado.

Entonces, le dijo C, si el presidente les permitía, ellos elevarían una lista con dos o tres potenciales candidatos a ocupar el más alto cargo en la Aduana, siempre sujetos a la decisión final del mandatario, y este les dijo que por supuesto, que esperaba esa lista, y los cinco más la Reina Hormiga pensaron cosas similares en ese momento, algo así como qué fácil es con este tarado, en unos días tendremos las puertas abiertas para mover nuestros productos por todo el país y sacarlos hacia todos los continentes por cualquiera de los puertos del país.

Ya de pie, y en medio de los saludos finales, B, que poco había hablado, de acuerdo a la estrategia, le preguntó a Unmalpa si ellos no se conocían de antes. Te veo cara conocida, pero no sé de dónde, dijo el presidente, y juntos repasaron escuelas, clubes, universidades y otros lugares que hubieran podido compartir, pero no encontraron coincidencias, hasta que C, pidiendo las disculpas del caso por el atrevimiento, le preguntó si no era posible que se hubieran conocido en la Antigua Roma. Unmalpa sonrió y dijo: «Volvemos a encontrarnos, general».