El aire del mundo, Rodrigo Manigot

Después de leer la última página y cerrar el libro, se me hizo necesario estar un momento en silencio, detenerme, cambiarle la yerba al mate, volver a sentarme y apreciar la tapa de nuevo, tomarlo con una mano, girarlo y mirar por primera vez en detalle la contratapa para ver a esas niñas y esos niños jugando en las dunas de Gesell, sentir como algo palpable el tiempo que pasó e, inevitablemente, descubrir que lo que acababa de leer me hacía interpretar de otra manera esas imágenes.

El aire del mundo (La Crujía) se titula el nuevo libro de Rodrigo Manigot, un profundo canto a los años felices, a los de la infancia, a los de la adolescencia, a esos en los que el infinito está muy cerca, porque, sencillamente, nos sentimos infinitos.

En El aire del mundo, Manigot nos cuenta un fragmento de su biografía, específicamente, la última parte de su niñez, su adolescencia y su entrada al mundo adulto, y para hacerlo recurre a una colección de relatos que, en su conjunto, funcionan como las piezas de un rompecabezas y, justamente como en un rompecabezas, cada parte es necesaria para ver el paisaje completo.

Se trata, pues, de una historia familiar en la que Manigot nos mete de lleno ya desde el comienzo, contando las vacaciones que en Villa Gesell pasaba junto a su madre, a su padre, a sus tres hermanos y a varias familias más junto con las cuales constituían una ruidosa multitud.

Luego, los textos nos llevan a los primeros noviazgos, a los intentos infructuosos de tener sexo, a los goles que un joven Rodrigo Manigot le hizo a otro joven Eduardo Sacheri y a la prueba en las inferiores de River, a unas no muy divertidas vacaciones en Brasil, al primer auto, todo mechado con detalles llenos de humor, de esos en los que cualquiera podría reconocerse por el simple hecho de vivir en familia.

Pero El aire del mundo es mucho más que una compilación de recuerdos bien narrados. Llegados a un punto, la felicidad familiar y la adolescencia del autor arriban juntas a un final inesperado, no deseado, ni siquiera supuesto.

Dejo aquí de hablar un momento del libro de Manigot para decir que desde hace ya varios años no leo contratapas ni prólogos de libros de narrativa o de poesía antes de leerlos. Después de terminada la lectura, y si es que el libro me gustó, voy a ellos. Y esta vez comprobé lo bueno de esta costumbre, por lo que les dejo una recomendación: si El aire del mundo llega a sus manos, no lean contratapa ni prólogo, sólo métanse de lleno en lo que cuenta el autor, y les aseguro que la experiencia de la lectura será más intensa.

Con un estilo sin vericuetos y un tono adecuado para cada relato, Rodrigo Manigot nos ofrece una gran historia familiar. El aire del mundo es un libro que se siente. Y puedo garantizar que cuando llegues a la última página, vas a necesitar detenerte y estar un momento en silencio.

Junio 2022