Capítulo 13 - Ideas 

—Soñé otra vez con el Pollo —le dijo Amira apenas abrió los ojos.

—Yo también —respondió Pablo después de unos segundos, en los que pudo hacer contacto con la realidad.

—También estabas vos.

—En mi sueño también estabas vos. ¿Era en una huerta?

—Sí. Vos estabas con otra gente cosechando y yo…

—Y vos con otro grupo, un poco más allá, armando los bolsones de verdura para distribuir en los comedores —la interrumpió Pablo.

—Exacto, y llegaba el Pollo en una camioneta para comenzar a hacer el reparto… —dijo Amira, y se acurrucó entre las sábanas—. ¿Cómo lo hace?

—No sé, tiene que haber encontrado el modo de meterse en la cabeza de ambos a la misma vez y hacernos soñar lo mismo.

—Uhmmm —esbozó ella, girando para quedar de espaldas a Pablo.

—¿Te vas a levantar ahora?

—¿A qué hora teníamos que estar en el local?

—A las 11.

—Entonces me quedo un rato más, pero a las 10 traeme el desayuno a la cama.

Pablo le dio un beso y luego salió de la cama. La frescura del amanecer otoñal lo recibió amable.

La Reina Hormiga acarició la cabeza de Goliat y él respondió con un breve movimiento que retribuía el amor. «Vos sí que sos un inocente en medio de tantos demonios», le dijo la mujer al perro, y de inmediato esbozó una sonrisa, reconociéndose también como uno de los demonios en esta puesta en escena.

Unmalpa entró cabizbajo, las manos en los bolsillos, y la Reina Hormiga abandonó la actitud relajada que había adoptado para ponerse nuevamente en el rol que le correspondía en esta parodia.

Al presidente se lo veía preocupado en exceso. Por un momento le dio lástima ese títere del poder, pero ella tenía una misión, y nada la iba a desviar de su propósito.

—¿Lo hiciste? —le preguntó. Unmalpa la miró a los ojos e hizo un movimiento negativo con la cabeza—. ¿Y cuándo pensás hacerlo? Hasta que no tomés el toro por las astas no vas a poder despegar y convertirte en el líder definitivo que tenés que ser.

—Ya... Ya... Ya... —replicó él con un tono que no tenía nada que ver con la soberbia con la que suele tratar al resto del mundo.

—Sacá el teléfono y hacelo ahora, delante de mí. Es ahora o nunca, es el paso que necesitás dar.

Unmalpa sacó de uno de los bolsillos del pantalón el teléfono, lo activó y buscó el número al que se resistía a llamar.

—Ponelo en altavoz —ordenó la Reina Hormiga.

El hombre le hizo caso. El tono de llamada retumbó en todo el despacho presidencial, asustando a Goliat, que había comenzado a caer en las garras del sueño.

La chicharra del teléfono sonó cinco veces, hasta que por fin se oyó una voz masculina del otro lado de la línea que soltaba un «Hola» en un tono intermedio entre una afirmación y una pregunta.

«Hola, soy yo», dijo Unmalpa, temblando de miedo y viendo cómo la Reina Hormiga agitaba hacia arriba y abajo los puños cerrados con los pulgares apuntando al cielo y luego se retiraba del despacho.

Tras la puerta cerrada, la mujer sonrió satisfecha de haber convencido al presidente de llamar a su padre. Sabía que esa conversación desestabilizaría aún más a Unmalpa. Una buena idea. Era así como lo necesitaban, desestabilizado, violento, capaz de responder estupideces a cualquiera que le hiciera una pregunta, especialmente al periodismo, dispuesto a pelearse con cualquiera a través de las redes sociales. Cualquier ruido mediático que el presidente generara sería útil para desviar la mirada hacia él y que nadie notara lo que sucedía en torno a él.

«¡Esta, mi ley!», escribió el pibe en una pared, y cuando se alejó un poco para ver cómo había quedado el grafiti, se dio cuenta de que una mujer, a no más de dos metros, lo miraba.

Su instinto le dijo que debía correr de inmediato, pero corría el riesgo de que la mujer se pusiera a gritar y otros vecinos salieran en su ayuda y terminaran atrapándolo y dándole una paliza y llamando a la policía… y todo por un grafiti, así que optó por la segunda alternativa.

—Disculpe, señora, es que…

—Te quedó medio chueca la y griega —replicó la mujer, sabiendo que con esa frase calmaba la situación y viendo cómo, en efecto, surtía efecto, porque de inmediato el pibe sonrió y aflojó sus músculos—. La verdad es que está bastante fiero —agregó la mujer.

—Es que… —intento argumentar el pibe.

—Es que nada —replicó ella—. Ahora mismo vas y te conseguís pintura y a quien pueda hacer algo como la gente y me dibujan en esa pared un mural a favor de la libertad y con esa frase en el medio. Yo pongo las tortitas y las gaseosas… y algo de plata para la pintura.

El flaco se tentó a darle un abrazo, pero no se animó, así que sólo agradeció y se fue diciendo que al día siguiente regresaría con una amiga que hacía unos murales buenísimos y se pondrían a trabajar.

En el colectivo, Amira todavía estaba medio dormida, pero al bajar pareció reanimarse definitivamente y apuró el paso para no llegar tarde a la reunión. Pablo trataba de sostener el trote, pero reclamándole que no hacía falta correr, que el local no se iba a ir a ninguna parte, pero Amira no reducía la velocidad, por el contrario, parecía acelerar cada vez más. «Es que…», dijo ella, un poco agitada, «tengo que contarles a los demás la idea que nos dio el Pollo». Y Pablo entendió que no la detendría, que esa mujer era pura decisión, y ya tenía ganas de escucharla contar la nueva idea para los comedores y las huertas, esa que ella interpretó que el Pollo les reveló en sueños, ya que, aunque ambos habían soñado lo mismo, sólo ella había interpretado correctamente el mensaje de ese amigo de él que ahora también era amigo de ella.