Capítulo 10 - La mesa

Como son varias las personas que estarán en la próxima escena, aunque ya las hayamos visto actuando antes, nos veremos obligados a darles un nombre, o al menos encontrar una forma de denominarlas.

Seis van a ser quienes participen en lo que se relatará a continuación, pero como cinco de estas personas resguardan su identidad en las más oscuras de las sombras, no podemos más que referirnos a ellas con algún código que nos quede cómodo, así que serán A, B, C, D y E, mientras que para la sexta sí tenemos una forma de denominarla ya conocida, pues será nuestra conocida Reina Hormiga.

El lugar en el que se desarrollarán las acciones es el mismo salón en la cima de uno de los edificios más altos de la ciudad que ya vimos con anterioridad, allá por el Capítulo 8 fue la primera vez, y la situación es bastante similar, es decir, cuatro hombres, A, B, C y D, sentados a una mesa enorme en la que aún están terminado de cenar, pero ahora también está con ellos la Reina Hormiga, con el mismo semblante de felicidad de los otros cuatro.

Hablan de nimiedades, algunos datos intrascendentes de ventas y valores en la Bolsa, pero nada serio, por el contrario, cada vez que pueden hacen un chiste y ríen muy relajados. Pero este ambiente cambiará de inmediato en cuanto el secretario de uno de ellos dé dos golpes a la puerta, ingrese sin esperar el permiso para hacerlo y, apenas asomando la cabeza, anuncie: «Ya está acá».

Quienes están sentados a la mesa esbozan una sonrisa cómplice, a lo que la Reina Hormiga suma un movimiento con la mano derecha, un remedo de pase de magia, ante lo cual los demás asienten con la cabeza, hacen un guiño, refuerzan la sonrisa.

Al instante entra a la sale ese a quien llamaremos E, a quien también hemos visto actuar antes, pero no en esta mesa, sino a través de una conversación telefónica para nada amigable con Unmalpa. Su expresión no es muy amigable, lo que contrasta con la recepción que le dan, cordial, invitándolo a sentar, preguntándole si quiere cenar o sólo tomar algo, lo que quiera, lo que pida, lo que desee.

Mientras rechaza propuesta tras propuesta, E toma asiento y dice tajante: «Me la hicieron linda, ¿eh? Debí suponer que me iban a cagar».

—No te calentés tanto —intenta calmarlo A tomando la botella de vino para servirse un poco más.

—Vos sabés que si nos va bien a nosotros, vos también vas a sacar ganancias —le dice B y le palmea el hombro, porque E se ha sentado junto a él.

—Así que vos sos la famosa Reina Hormiga —dice E mirando a la única mujer en la reunión.

—Para servirte —responde ella.

—¿Entonces? —pregunta E en general, a nadie en particular, pero sin dejar de mirar a la Reina Hormiga, que parece reírse de él.

—Entonces —responde C—, ahora Unmalpa está en nuestro poder, o mejor dicho, en poder de la señora aquí presente —y señala con un movimiento sutil pero claro de la mano derecha a la Reina Hormiga, quien agradece el reconocimiento reclinando levemente la cabeza—. Este pobre infeliz va a hacer lo que ella le diga, y ya habrás comprobado que no importa cuán inverosímil sea, el tipejo es tan estúpido e ignorante que está rendido ante lo que ella le dice, especialmente si tiene que ver con el más allá.

—Con decirte que ahora me ha pedido que le enseñe a hablar con los gorriones —revela sonriente la Reina Hormiga—, porque ellos andan por todos lados, por lo que son el mejor sistema de espionaje que puede haber.

Ante esto, A suelta una carcajada que hace que B y D también se tienten. «¡Es un pelotudo a pedales!», dice C con seriedad, como recordando de repente que de quien están hablando es el presidente, y si no lo controlan, puede hundir tanto el país que hasta ellos quedarían enterrados.

—Era mí hombre —reclama E, enfatizando eso de «mi hombre»—. Yo puse plata para su campaña y estuve en los canales de televisión diciendo que había que votarlo, ustedes no movieron un dedo.

—¿Y por qué lo íbamos a hacer si a vos te salía tan bien? —preguntó A sin dejar de reírse.

—Por lo menos me hubieran avisado que me estaban por cagar…

—Claro, como si vos hubieras aceptado tan fácil —dijo con ironía D—. Y agradecé que no llevamos adelante el plan inicial, porque te hubieras quedado sin el pan ni la torta.

—¿Y cuál era el plan inicial? —se interesó E.

—Darlo vuelta —dijo B sin que se le moviera un músculo.

—Hacerlo historia durante la campaña —agregó D.

—Por suerte para vos, decidimos que nos iba a ser más útil en la presidencia que muerto —agregó A, poniéndose muy serio y mirando fijo a E—. Y ahora, querido, no te va a quedar más opción que trabajar con nosotros. Sabés que todos podemos sacar mucho provecho mientras este inútil sea presidente, lo que queda por preguntarse es si vas a querer estar adentro y conformarte con tu parte del botín o si preferís hacernos frente y perderlo todo.

—La planearon toda… —intentó quejarse E.

—Toda todita —agregó con sarcasmo A—. Y nuestra carta ganadora es la Reina Hormiga. De a poquito vamos a ir ocupando el resto del Gabinete, aunque claro que a su perro no lo vamos a sacar de ahí, y mientras tanto que él se siga peleando con todos e insultando a troche y moche. Los medios están contentos con eso, y nuestra gente por detrás le ira escribiendo las leyes y los decretos de acuerdo a nuestras necesidades.

—¿En qué papel quedo yo, entonces? —preguntó A, ya rendido ante la evidente derrota.

—Pasás a ser parte de esta mesa —respondió A—, y eso merece un brindis —y levantó su copa a la vez que se ponía de pie.