El barrabrava

A la calma de Ricardo Elio Bacarelli


¿El Tecla? Mejor ni les cuento la que me pasó con el Tecla. El sábado fui a visitarlo. Como estuvo jodido de la rodilla y hacía tiempo que no venía a tomarse unos vinos y, encima, ni noticias teníamos, salí de acá y me mandé para lo del Tecla. Llego y estaba en calzoncillos, viste el calor que hacía el sábado. Cuestión que estaba casi en bolas, tomando mates y trabajando en la computadora. Nada, lo de siempre, bah, lo normal, digamos. Charlamos un rato, me preguntó por ustedes, me contó lo de la rodilla, nada serio, cuestiones de viejardos, y como ya era cerca del mediodía me invitó a almorzar. Se mandó unos fideos espectaculares, no tanto los fideos, sino el pesto, no se imaginan el pesto que preparó. Una delicia. Yo no sabía que el Tecla le hacía a la cocina, pero durante el almuerzo me contó que a él le gustaba comer bien, y desde que la Mecha se calentó y se fue a la mierda no le quedó más remedio que aprender a cocinar. Como muestra, se paró y abrió uno de los cajones de la mesada, lleno de libros y recortes con recetas. Quedó en que algún día nos invitaba a todos a comer lasaña. Bueno, la cosa es que después preparó café y lo tomamos con coñac y fumando. A eso de las tres, me pregunta si tenía algo que hacer. Imaginate, sábado a la tarde, qué voy a tener que hacer. Nada, le dije. Entonces me invitó a la final provincial de ajedrez. Tengo que haber puesto cara de póquer, porque de inmediato me aclaró que no era necesario que yo fuera, que si no tenía ganas no fuera, pero ya estaba ahí y había ido a visitarlo. En fin, que salimos en mi auto, decí que fuimos en mi auto, y nos mandamos para el centro. Era acá nomás, en el auditorio este que está acá, cómo se llama, este que está acá, pues. Bueno, no importa. La cosa es que llegamos. En el camino, el Tecla me explicó cómo venía la mano. El campeón del año pasado, Leitmotiv, o algo así, tenía que defender el título ante el retador, que era un pendejito de veintipico de años, que parece que es un genio y que había ganado todos los torneos en los que se presentó. Roitmann, se llama, de ese sí me acuerdo. Lo hubieran visto al Tecla. El entusiasmo que tenía, hablaba maravillas del pendejito y, claro, quería que ganara él. Me dijo que era una final picante, sí, picante dijo, ¿podés creer? Parece que el Lentovich, Leitmotiv, bueno, ese, el defensor del título, tiene un juego muy cerrado, le gusta la cuestión más estratégica, más sesuda, mientras que el pendejito es un temerario, capaz de sacrificar una pieza en la apertura con tal de liberar una diagonal. Se los estoy contando con las mismas palabras que usó el Tecla. ¿Entendieron algo? Igual estaba yo. Cuando llegamos, pasamos derecho a la sala donde se jugaba y nos sentamos. No sé, habría unas veinte personas, así que nos pusimos en primera fila. Ya los dos chabones estaban sentados frente al tablero y un tipo que estaba parado al lado les hablaba. Resulta que el tipo ese era el árbitro. ¿Sabían que en el ajedrez hay árbitros? Al final les dio el visto bueno y empezaron. El Roitmann jugaba con blancas, y eso parece que es bueno. A la derecha había un trípode con un gran tablero de metal y piezas con imanes, y otro tipo iba moviéndolas según lo que hacían los jugadores, así todos podíamos ver qué pasaba en la mesa. En voz baja, el Tecla me explicaba más o menos por qué hacían los movimientos que hacían y qué sentido tenían. Era como un curso acelerado de ajedrez en vivo, claro que no aprendí un huevo, salvo algunas palabras. Apertura escocesa fue la que usaron. Después el Tecla habló de desarrollo, enroque, gambito, qué sé yo. En fin, que llevaban como media hora jugando y recién habían hecho cinco o seis movimientos cada uno. En una de esas, el pendejito mueve un alfil, y lo escucho al Tecla que dice "¡la puta madre, la cagó!". Sí, como oyen, el Tecla puteando. ¡Escuchame! Se acuerdan de cuando le chocaron el auto. ¿Qué dijo cuando lo contó? ¿Se acuerdan? Pucha, dijo, pucha. "¡La pucha, encima el otro no tenía seguro!". Así dijo. A mí me chocan el auto y la puteada más chica hace poner colorado a cualquiera, pero el Tecla sólo dijo pucha. Cuestión que el Leicovich, Lentovich, ese, mueve una torre, entonces el Tecla se sienta en la punta de la butaca y empieza a susurrar "mové el peón, mové el peón". Quince minutos estuvo así, hasta que el Roitmann va y mueve un caballo. "Pendejo del orto, quién te enseñó a jugar. Por qué no te vas un rato a la concha de tu madre", se mandó el Tecla, siempre en voz baja. Yo lo miraba con los ojos así, mirá. Estaba desconocido el Tecla. El tipo le había puesto todas las fichas al desafiante y ahora estaba perdiendo, bueno, eso era lo que dejaba traslucir su actitud, porque si me hubieras preguntado a mí... Resulta que el Lietrovich mueve la otra torre y el Tecla se echa para atrás en la butaca a la vez que dice, ya en voz más alta: "Ahora sí, ponele el caballo en f4". No me preguntés qué significa eso, sólo te digo que un tipo que estaba sentado un par de filas atrás chistó. El Tecla se da vuelta, ya enajenado, y le dice despacito algo así como callate vos, pedazo de forro, y mientras volvía a acomodarse la concluyó con un "¡Gil!". Lo que siguió fueron unos diez minutos de calma en los que, de vez en cuando, el Tecla repetía: "El caballo, nene, el caballo". Para rematarla, el pendejo mueve la dama. Ahí sí se pudrió todo. El Tecla se paró con el brazo estirado y a todo pulmón le gritó: "¡Cómo movés esa, pelotudo, tenías mate en cinco!". Imaginate, en ese lugar en el que no volaba una mosca, el grito que se pegó el Tecla los dejó a todos más perdidos que no sé qué. El árbitro lo mira y le dice: "¿Podría sentarse, señor?", y el Tecla le manda: "No me siento un carajo", entonces el tipo que lo había hecho callar antes le dice: "Sentate de una vez, tarado", y el Tecla se da vuelta y le contesta: "¡Vení haceme sentar vos, la concha de tu madre!". El árbitro, desde la tarima, le volvió a pedir que se sentara, pero de atrás saltó otro tipo que suelta así al aire, como para todos y como para ninguno: "¿Por qué nadie lo saca de la sala a ese pelotudo?", y el Tecla engranó definitivamente. Yo quise agarrarlo, pero se le fue al humo al último que habló, no lo pude sostener. El que sí lo detuvo fue otro que se paró. Lo agarró del brazo y lo frenó en seco, pero el Tecla estaba caliente, así que le tiró una piña. El que lo sostenía la esquivó y le dobló el brazo, y ya estaba encima el primero, el que le chistó al principio. En fin, que se las hago corta: entre cuatro lo sostenían al Tecla, que puteaba a todo el mundo, especialmente al Roitmann. Para cuando llegó la cana ya estaba más tranquilo, pero lo mismo se lo llevaron detenido. Yo quise intervenir, pero cuando lo sacaban de la sala se dio vuelta y me dijo: "No te hagás problema, son las consecuencias de las pasiones". Fijate vos, había puteado a diestra y siniestra y al final, como un caballero, se va esposado y dejando una frase casi filosófica... Tendría que pegarle una llamada para saber cómo anda.


Texto publicado en el diario El Sol.

Ilustración de Pablo Pavezka, https://www.instagram.com/pablopavezka/