Capítulo 9 - Brindis

—Te la tenías bien guardada esa —le reclamó en broma y con una sonrisa Amira a Pablo apenas se sentaron a la mesa.

—No me parecía necesario que se supiera —dijo Pablo viendo que la moza se acercaba y agradeciéndole en silencio que pronto estuviera a su lado preguntando qué iban a servirse.

—¿Por qué no te parecía necesario? Mirá lo que has hecho, sos casi un héroe nacional —volvió a la carga Amira después de que pidieran una cerveza y maníes y la moza se retirara rápidamente.

—Bueno, no es para tanto. Ser héroe nacional por pintar un grafiti… Me parece un poco excesivo.

—Tampoco te agrandés mucho, dije que eras «casi» un héroe nacional, y el «casi» deja un margen bastante amplio como para que no lo seas —y se rieron mirándose a los ojos, y la risa se terminó y les quedó sólo la sonrisa, y con esas sonrisas se sostuvieron la mirada, entonces se produjo un silencio tan profundo entre esas sonrisas y esas miradas que alguien por ahí podría decir que en ese momento pasó un ángel que les robó la voz, y ese momento se prolongó sin que ni ella ni él hicieran ni un solo movimiento, y así estuvieron hasta que volvió la moza con los vasos, la cerveza, los maníes y sin la más mínima sospecha de que si se demoraba un instante más esos dos pares de ojos que se miraban se cerrarían y esas dos bocas dejarían de sonreír y se unirían en un beso, el beso que Pablo y Amira ahora no se permitieron, porque los vasos ya estaban llenos y el maní se convirtió en una tentación.

—Salud —dijo él levantando su vaso.

—Salud —dijo ella levantando el suyo, y bebieron un par de tragos—. ¿Cómo se te ocurrió la frase? —preguntó.

—No me creerías…

— Puedo hacer un esfuerzo.

—Me la pasó un amigo en un sueño —confesó, y Amira lo miró seriamente y luego sonrió, pero cuando vio que Pablo no se reía, se puso nuevamente seria y esperó a que él diera más detalles—. No es largo, pero tal vez sea complejo de entender… —y como ella no decía nada, le contó del Pollo, de cómo se le aparecía casi todas las noches en sueños, de cuando lo vio pintando «¡Esta, mi ley!» y de cómo también vio una ciudad en la que la leyenda se reproducía en cada pared, y dejó para el final eso de que el Pollo movía cosas.

Amira lo miraba un poco azorada. Le había dado fe a todo lo que él le contaba, pero eso de que un fantasma moviera cosas no estaba dentro de lo que podía creer, así que le pidió que se lo demostrase.

Pablo le explicó que el Pollo lo hacía siempre cuando él estaba solo, o cuando nadie miraba, que había intentado ya mostrarles eso a otras personas pero el Pollo nada, en esos momentos ni aparecía, entonces ella le dijo que ya le era difícil creer siquiera un poquito eso, pero, ante la ausencia de pruebas, definitivamente no le daría ningún crédito, entonces, lo que había comenzado como una noche feliz entre ambos después de la asamblea, se convirtió en un momento de tensión, especialmente cuando Amira cruzó brazos y se echó hacia atrás en la silla.

—¡¿Qué hiciste, pelotudo?! —increpó la voz ofuscada desde el otro lado de la línea.

—Lo despedí, ¿y qué? Es un traidor, además, yo soy el presidente y tengo todo el derecho de hacerlo —respondió Unmalpa convencido de estar echando mano a dos argumentos válidos.

—Primero —dijo el otro sin bajar ni un tono la voz—, ¿de dónde carajos sacaste que Martín es un traidor? —preguntó, refiriéndose a quien hasta ese día había sido el secretario de Comercio—. ¿O te olvidás de que a él te lo mandé yo? ¿Cómo va a ser un traidor, si es un hombre de mi confianza? —mientras escuchaba esto, a Unmalpa le empezaron a temblar las manos—. Y segundo, eso de que sos el presidente y que por eso tenés derecho… ¿O te olvidás de quién puso guita para tu campaña? ¿O te olvidás de dónde salieron los votos para que ganaras?

—Pero es que vos tenés que entender… —pretendió defenderse Unmalpa.

—¡No tengo que entender un carajo! —lo interrumpió el otro—. Te acabás de mandar una cagada. Habíamos quedado en que ese cargo también era para mi gente, y ahora tengo a los periodista encima preguntándome si este despido tuyo afecta nuestra relación y yo con cara de pelotudo diciéndoles que no, que vos sos el presidente y tomás las decisiones más acertadas… ¿Y esto te parece acertado, tarado? ¡Todos los medios están hablando de esto y de la boluda esa que tenés como pitonisa!

—¿Medios? —preguntó tímidamente Unmalpa.

—¡Sí! ¡Los medios! —le volvió a gritar el otro—. ¡Los medios de comunicación, gil! Te la pasás todo el día boludeando en las redes sociales y creés que eso es el mundo, pero aterriza, infeliz, bajá un poquito, sos el presidente, pero no te tenés que olvidar de que existe otro mundo fuera de tu cabeza, y que en ese mundo vos tendrás el bastón de mando, pero quienes damos las órdenes somos nosotros —y, tras esa última palabra el, otro cortó la comunicación.

Unmalpa dejó el teléfono sobre su escritorio. Afuera, la noche estaba en todo su esplendor, y a no más de dos kilómetros de la Casa de Gobierno, cuatro hombres brindaban y cenaban junto a la cada vez más famosa Reina Hormiga.

—Lo hiciste muy bien —le dijo uno de los hombres a la mujer, y levantó la copa—¡Salud!

«¡Salud!», repitió el resto de los comensales imitando su gesto.

—Realmente, nunca pensé que fuera tan fácil —comentó otro hombre.

—Les dije… —agregó la Reina Hormiga—. Es muy sencillo con este tipo. Si hasta lo convencí hace un tiempo de que había sido emperador romano —y los cinco rieron a carcajadas.