La pilastra de Obras

Soy socio de Obras, el club de mi barrio ahí en Godoy Cruz, donde nos reunimos para hacer un fulbito, comer asados, disfrutar de la pileta, comer asados, festejar cumpleaños, comer asados, jugar al tenis, comer asados, enviar a nuestra prole a la escuela de verano y comer asados, entre otras actividades.

Por supuesto que quienes somos medio matungos para otros deportes siempre tenemos un lugarcito en cualquiera de las canchas de fútbol, aunque sea como arqueros. Y en ese grupo estoy yo, en el de los que se reúnen regularmente para despuntar el vicio de la número 5.

La cancha más grande es la que está al fondo, y los picaditos que ahí se arman fluctúan entre lo épico, cuando vamos iluminados, y lo olvidable, cuando llegamos recién levantados de la fiesta de la noche anterior.

Junto a esa cancha que sabe de lujos y rusticidades (más rusticidades que lujos, no hace falta aclarar), a poco más de un metro de la línea lateral hay una pilastra de ladrillos de alrededor de un metro veinte de alto, digo alrededor para calcular un promedio, porque la parte superior está sesgada a unos cuarenta y cinco grados (perdón por esta descripción, fui a una escuela técnica y no puedo evitarlo), con un cuidado enlucido de cemento que el tiempo y el sol se han encargado de desteñir y en el que claramente se ve la huella de una placa que en algún tiempo estuvo ahí.

La cosa es que hace unos años, en los primeros días de mi condición de socio de Obras, le pregunté a Pablo en la portería si había algún grupo de adultos que se juntara a jugar al fútbol, nada de entrenamientos ni equipos federados, sino, sencillamente, viejardos como yo que se reunieran a intentar meter una pelota en un arco.

Por supuesto que lo había. Se hacen llamar "Amigos de martes y jueves", y desde hace una tracalada de años se juntan esos días y los sábados a la tarde para correr un poco. Hay de todo en ese grupo. Desde los que están de tiempos inmemoriales en que eran pendejos de lompa corto y zapatillas Flecha hasta los más jóvenes, que rondan la veintena de abriles. Yo, "a mitad del camino de la vida", como diría el tano Dante, estoy entre los ni muy muy ni tan tan.

El lugar de reunión de los "Amigos de martes y jueves" es la cancha grande, la del fondo, la de los lujos y las rusticidades, la que tiene al lado una pilastra con el extremo superior sesgado y enlucido, en la que había una placa.

Llevaba dos o tres semanas jugando en esa cancha cuando sucedió una cosa que me llamó la atención. Alguien hace un espectacular pase al vacío... o tal vez fue sólo un zapatazo a la nada... Aceptemos que fue un pase al vacío así le damos calidad futbolística a este relato. Bueno, alguien hace un pase al vacío y la pelota cruza la línea de cal, rebota en la pilastra, vuelve a entrar a la cancha y llega a los pies de un defensor que, en lugar de agarrarla con las manos para hacer el saque lateral, la domina con un pie, levanta la cabeza, hace un pase y sigue jugando como si nada.

Insisto, yo era el nuevo, así que no iba a preguntar qué era lo que había pasado. Para mí era obvio que el defensor se había hecho el huevón y, aprovechando que la pelota le cayó al pie, siguió el juego, y como nadie le dijo nada, zafó. Y también era obvio que de los 18 giles que estábamos ahí sólo el defensor que se había hecho el huevón y yo habíamos visto que la pelota salió. Yo no iba a protestar, repito, era el nuevo, no conocía bien ni a los de mi equipo.

Pero un par de semanas después pasó algo similar. La pelota se iba, rebotó en la pilastra, volvió a la cancha y el juego siguió. Ahí sí puse el grito en el cielo. "¡Salió, salió!", grité, con la mano en alto como reclamando a un imaginario referí. "No salió, es un pase del Huguito", me dijo alguien que pasó a mi lado siguiendo el juego como lo había hecho unas semanas antes el defensor que yo creía que se había hecho el huevón.

Cuando el partido terminó, lo primero que hice fue preguntar acerca de eso que me habían dicho, y así fue como me enteré. Hugo Ruiz, el Huguito, era un bancario que fumaba como una chimenea y que nevara, lloviera, se abriera la tierra o pasara lo que pasara, estaba ahí cuando una pelota rodaba.

Hugo Ruiz falleció a los 42 años y los futboleros de Obras le hicieron un homenaje montando la pilastra de ladrillos y poniéndole una placa junto a la cancha donde tantas tardes él regaló sus lujos y sus goles.

Los lujos y los goles del Huguito se fueron, pero él no. Está ahí, presente, y de vez en cuando te hace un pase para que recuperes la pelota o para que la corras al fondo y tires el centro.

Desde hace unos años, yo también soy uno de los "Amigos de martes y jueves", anque sábados, y de vez en cuando le apunto a la pilastra, porque todos en esa cancha sabemos que si le hacés un buen pase al Huguito, él te la devuelve redonda y mansita al pie.


(Publicado en La Deportiva Digital N°1, 2 de junio de 2020)