La razón por la que ganamos la Copa América

¡Má'qué Messi, Di María ni Scaloni! ¿Sabés por qué ganamos esta Copa América? Te cuento...

¿Lo ubicás al Pocholo? El hijo de la Porota y el Cacho, que tenían el negocito a la vuelta de la escuela... Bueno, el Pocholo juega con nosotros en el equipo. La mueve lindo. Juega al medio, y a pesar de que ya pasó los 40, le sigue pegando como cuando tenía 20. Te pone unas pelotas que son un lujo, no tenés que ni moverte, y eso, a nuestra edad, es una ventaja.

Hace cinco años nos metimos en este torneo, y como hay varios que venimos jugando juntos desde pendejos, nos entendemos, así que desde el primer año nos ha ido bastante bien. Eso lo sabés, te hemos contado; el primer año quedamos cuartos, el segundo terceros, y el anteaño pasado y el pasado, segundos. Recién este año pudimos salir campeones, cosa que no nos había pasado nunca, ni en este torneo ni cuando jugábamos el de mayores de 35, y de ahí para atrás, menos. Siempre segundos, siempre nos faltaban cinco pa'l peso, siempre, pero este año salimos campeones.

Sí, viejo, después de tanto tiempo jugando juntos, salimos campeones. Y eso que llegamos a la final con un equipo reducido, porque entre esguinces, achaques de viejos y rojas, no éramos más que quince para jugar la final, es decir, once y cuatro suplentes, y rogando que no se fuera a lesionar el Chocolate, porque ahí nos quedábamos sin arquero.

Y resulta que entre uno de los lesionados estaba el Pocholo. ¡Lo que puteamos cuando el viernes mandó un mensaje al grupo de Whatsapp diciendo que se le había caído un martillo en el dedo gordo del pie derecho! No sé qué carajos estaba clavando.

Así que ya te digo, llegamos a la final con un equipo diezmado, como dicen los periodistas deportivos, pero pusimos todo en la cancha. Hubieras visto cómo jugamos ese partido. Éramos una maquinita. Tiqui-tiqui por acá, tiqui-tiqui por allá. Dos a cero ganamos, y por fin pudimos salir campeones.

Eso fue el sábado anterior al partido de la final de la Copa América. Y había que festejarlo, por supuesto. Así que armamos un asado de celebración el siguiente viernes, es decir, el día antes del partido Argentina-Brasil. Lo hicimos en el quincho del suegro del Cogote. No sabés el quincho que tiene el viejo, un espectáculo, todo cerrado, con churrasquera, aire acondicionado... Un lujito.

Ahí nos reunimos todos, los 24 del equipo, y festejamos agarrándonos un pedo total y morfando el tremendo asado que se mandó el Cogote.

A todo esto, imaginate las gastadas de los que habíamos jugado la final a quienes no habían podido estar. Viejos chotos, blanditos... Diez mil güevadas les decíamos, y los otros se las tenían que comer, si al final era cierto que no habían estado en la final. Pero, claro, todo en joda, ¿viste? Si el campeonato lo ganamos entre todos.

Y no va che que en una de esas jodas alguien le dice al Pocholo que habíamos ganado porque él no había ido. Nos cagamos de risa, claro, si todos sabemos que el Pocholo es uno de los mejores, y los días en que va inspirado, se carga solito a cualquier defensa.

La cosa no pasó de ahí, pero cuando nos estábamos yendo se me acercan el Huevo y el Vampi y me dicen que necesitan hablar conmigo. Y me lo dicen más serios que perro en bote, no parecía que estuviéramos saliendo de un asado de festejo.

Eran cerca de las tres de la mañana. Yo, entre el tinto y el cansancio, solo quería ir a dormir, y a estos se les ocurre que tenemos que hablar... Así que les dije que se apuraran, que si no era algo importante, me iba al carajo en dos minutos... Pero no me fui... De hecho, nos encerramos en el auto del Huevo y ahí armamos el plan.

Como lo hacemos desde el 2004, cuando la Copa América se jugó en Perú, cada vez que Argentina juega una final nos juntamos a ver el partido, asado de por medio. Somos como quince, todos del barrio, y desde entonces nos comimos todos los garrones de finales de la Copa América y del Mundial viendo a Argentina quedar segunda. Contra Brasil, contra Alemania, contra Chile... Con todos, y siempre el garrón de abrazarnos al final del partido y convencernos de que la próxima vez sería...

Pero esa noche el Huevo y el Vampi se dieron cuenta. En todas y cada una de esas finales, así como en todas y cada una de las finales que jugamos nosotros con el equipo, salimos segundos, y en todas y cada una de ellas había un factor común: el Pocholo...

Es uno más uno, viejo. Está clarísimo. Y ahora, que salimos campeones de la Copa América, más todavía.

Al otro día, desde las siete de la tarde estábamos en la casa del Vampi. A las siete y media empezamos con la picada y la cerveza y pusimos el fuego. A las ocho tiramos la carne a la parrilla y empezamos a destapar los vinos, y a las nueve menos cuarto, cuando los equipos estaban por entrar a la cancha, lo agarramos al Pocholo entre cuatro y lo metimos en el baúl del auto del Huevo, que tiene un Siena, así que iba a poder estar cómodo ahí...

Sí, viejo, como te lo digo. No fueron Scaloni, Messi, Martínez, Di María ni ninguno de los que estuvieron en la cancha. Ese partido lo ganamos porque hicimos que el Pocholo no lo viera... Claro que todavía anda puteándonos en todos los colores, pero ya se le va a pasar...